Cuando lean esto voy a estar volando por encima de las nubes, metida en una cápsula alargada llena de asientos con gente contenta, ansiosa e incómoda como yo. En un viaje de doce horas cruzaré el globo de este a oeste, salvando un océano marcado por miles de cicatrices dejadas por tantas idas y vueltas, para aterrizar al final en un cruento y húmedo invierno bonaerense animado por recuerdos y reencuentros.  
Este regreso a mi tierra natal será breve e intenso, y fuera de los impactos profundos que causará en mí -renovados y sorprendetes cada año-, afectará en forma directa a este blog, ya que durante quince días estaré moviéndome por varias ciudades, dependeré de los ordenadores de otros y tendré poco tiempo y ganas de virtualidad.
Espero aprovechar mis vacaciones para hacer acopio de ideas, temas y material para volcarlo aquí a mi regreso, aunque no descarto ir dejando caer mientras tanto algún adelanto y varias fotos.
En un rato nomás volveré a ser hija, amiga de la infancia, compañera de colegio, sobrina, nieta, hermana, porteña. Haré recuento y memoria, hablaré sin parar, tomaré muchos taxis, seré feliz con mis euros, no podré evitar las comparaciones -propias y ajenas- y, encima, voy a comer dulce de leche, bizcochitos de grasa, chipá, el mejor helado, milanesas, ravioles de ricotta, sandwiches de miga y mucho, mucho:

Asado/Foto Andrés Pintos