Partida de nacimiento del aviador venezolano Karl Meyer BaldóEl diario El País recogió ayer la polémica que existe en Venezuela a raíz de un proyecto de ley para prohibir poner nombres extravagantes, ridículos o en lengua extranjera a los recién nacidos. Como es de suponer en un país donde abundan ese tipo de apelativos, la reacción de la oposición y de diferentes sectores de la sociedad ha sido inmediata e iracunda, pues lo interpretan como un recorte de la libertad de los padres y una intromisión del Estado en asuntos privados y familiares.
El artículo hace hincapié en lo que esta norma, de aprobarse, puede significar para los habitantes del estado venezolano de Zulia, en la frontera con Colombia, donde es tradición bautizar a los niños con nombres de filósofos griegos, extranjeros, famosos y personajes de ficción. O con nombres inventados.
Siempre he sentido un particular interés por este tema, que para muchos resulta banal y meramente anecdótico. En algún lado conservo un cuaderno de espiral en el que durante años recopilé nombres curiosos, combinaciones graciosas de nombres y apellidos e historias interesantes relacionadas con la decisión de llamar a un hijo o hija de una u otra manera. Me vienen a la memoria ahora algunos ejemplos: el de un hombre de la Patagonia llamado Lino Rojo, una joven alumna que responde al nombre de Elsa Quito, una mujer bautizada Linda Casa, los adolescentes Galileo y Olmo y la pequeña Varina, cuyo nombre nace de la mezcla de los de sus progenitores, Víctor y Karina.
Esta última historia ocurrió en Argentina, donde sólo se puede inscribir a los recién nacidos con los nombres que figuran en un listado del Registro Civil. Por este motivo, los padres de Varina debieron abrir un expediente ante el organismo pidiendo que se les concediera una excepción y justificando detalladamente la ocurrencia. Hay que decir que el listado ha abandonado en los últimos años esa rigidez para incorporar un gran número de nombres extranjeros o inusuales que puso de moda la televisión (Brisa), la música (Madonna), el cine (Winona) o el deporte (Ayrton).
Esa reglamentación argentina y los intentos por aprobar una ley similar en Venezuela me hicieron pensar inmediatamente en Uruguay. Al igual que en Zulia, este pequeño país rioplatense atesora, entre sus grandes peculiaridades, la firme y antigua costumbre de utilizar nombres extranjeros y grandilocuentes. Como allí no hay restricción de ningún tipo y están extrañamente ajenos al influjo de las tendencias que seducen al resto del mundo, los uruguayos nombran a sus retoños según les plazca. Y suele darles especial orgullo llamarlos igual que ciudades, personajes o presidentes estadounidenses, por lo que es frecuente toparse con ciudadanos llamados Roosevelt, Winston, Franklin, Nelson, Milton o Washington.
En este sentido, España es muy tradicional. Aquí los niños y niñas responden a los nombres de sus abuelos o padres y (cada vez menos) al de los santos. Sin embargo, la historia y la religión también pueden regalar, si se escarba, curiosas formas de figurar en el Registro Civil.

Actualización 26-12-07

A raíz de este post recuperé mi vieja manía de coleccionar anécdotas, datos y curiosidades referidas a los nombres. Con ese espíritu nace mi nuevo blog Nombres propios.