A la salida de mi clase de yoga, camino del metro, aproveché para entrar a un salón de té muy chic y very british que tenía en mente como oficina al paso para trabajar algunas tardes en mis reportajes y otros escritos. Había una dependienta tras la caja, en la mini-tienda que sirve de antesala a la zona de mesas. Esperé a que le cobrara un tarro de mermelada y unas galletas de jengibre a una clienta y después le pedí una tarjeta del lugar(tengo afán por juntarlas, aunque sólo conservo las de los lugares donde quiero repetir y puedo recomendar) y le pregunté si ofrecían lo que andaba buscando:

Yo -¿Tenéis wi-fi?

Ella – ¿Cómo?…¿Wi…whisky?

Yo – Wi-fi. Internet para los clientes.

Ella -(Con la mejor cara de desconcierto que vi en los últimos meses) Esto…¡es un salón de té!

No respondió a mi saludo de despedida.