Llevo un par de meses trabajando en una biblioteca. Es mi oficina o despacho adoptivo. Cada día acuden aquí cientos de nómadas y una veintena de sedentarios. Los que están de paso se caracterizan por consultar muchos libros, sentarse en el primer pupitre que les asignan y, después de un par de semanas de estudio o investigación, olvidar su carné en un cajón y no volver a pisar estas baldosas, felices por el fin de la condena. En cambio los segundos acuden con religiosidad y sin plazo, se ubican siempre en el mismo lugar -si encuentran su mesa ocupada por uno de los nómadas ponen cara de asombro, gruñen bajito y sienten que se les ha estropeado el día- y suelen sacar pocos libros, porque a lo que vienen aquí es a otra cosa.
Yo pertenezco a este último grupo. Poco a poco los «fijos» vamos desarrollando rituales y revelando manías. También nos vamos conociendo, aunque jamás nos saludemos ni nos hablemos. Y es que entre otras cosas nosotros somos firmes defensores del impuro silencio -está poblado de ecos y de toses- que llena esta salas siempre frescas y sombrías. Si de repente una musiquilla metálica corta el aire somos nosotros los que nos giramos con cara reprobatoria hacia el irresponsable lector que desconoce las reglas u olvidó silenciar su móvil o su ordenador.
Casi todos los sedentarios forman parte del gremio de escritores o similares. La gran mayoría son hombres y llevan gafas y todos alternan entre una mueca seria mientras teclean enfervorizados y una mirada perdida y nerviosa durante los frecuentes ratos muertos. Muchos, además, colocan un diccionario como única compañía del ordenador sobre la mesa, al igual que se pone por defecto una botella de agua para los oradores en un acto.
El hombre que se sienta en un extremo dos filas más adelante es arquetípico. En realidad pasa más tiempo deambulando por las instalaciones que sentado en su sitio, pero cuando lo hace casi no lo veo escribiendo sino rascándose la calva, sacudiendo la cabeza como si hablara con un fantasma y refunfuñando como un actor de cine mudo. Ante él siempre hay una página de texto desplegada, imagino que una novela inconclusa que escribió hace quién sabe cuántos años.
Pero también hay otros personajes más difíciles de calificar. Enfrente de mí, por ejemplo, suele ubicarse un hombre calvo de chivita rala que escribe música sobre hojas pentagramadas con la laboriosidad y concentración de un calígrafo chino. Tres filas más adelante, pero de espaldas, se sienta un joven bajito con cuerpo y bronceado de surfero que cada una o dos horas de lectura de apuntes y fotocopias añade un par de líneas más a lo que supongo será una tesis de educación física o un tratado sobre el azote de los vientos. También veo siempre hacia mi izquierda a una mujer de larga melena marrón y aspecto de profesora de Geografía que teclea con calma y una sonrisa en los labios, muy cerca a una chica rubia de pelo corto que redacta guías de viajes, a mi derecha a un tipo alto y canoso de porte militar que acarrea manuales de software anticuado y hacia el fondo a un anciano de bastón y chaqueta de tweed que escribe sus memorias con dos dedos de cada mano.
Me pregunto cómo me verán ellos. ¿Estará alguno ahora mismo, mientras yo los desmenuzo con la mirada y las palabras, escribiendo mi retrato?
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seguramente ya te habran fichado de pies a cabeza y estaran esperando el momento adecuado para el lance!!!
hay alguno potable? convengamso que un tipo con anteojos y en una biblioteca invita al desastre…
(che este comment es medio cachondo no? jua)
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Si alguno de tus «colegas» está escribiendo tu retrato, es poco probable que le salga una prosa tan buena como la tuya. 😉
Un saludo.
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Son toda una fauna, desde luego.
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me encantan las bibliotecas y me gusta mucho más perder el tiempo mirando a la gente, lo que hace, lo que elige para leer y qué caras ponen mientras hojean los libros.
a veces creo q las bibliotecas terminan siendo el lugar seguro o familiar para los que hemos estado haciendo mucha vida nómade, pero eso es idea mía.
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Lo del tratado de los vientos me ha matado, qué bueno. ¿Por qué estás tan segura de que la rubia escribe guías de viajes?.
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Perica: Jajajaja, sí, seguramente estaré también yo fichada y radiografiada, pero lo del lance lo veo difícil: por estos pagos se estila poco lo de «entrarle» a alguien desconocido. En cuanto a la combinación anteojos-libros a mí también me resultaba atractivísima…hasta que empecé a venir acá todos los días y descubrí que hay poco digno de mis/nuestras fantasías. Sin embargo debo decir que ayer vi a uno de los de paso (=sin anteojos, aspecto de estudiante) muy guapo. Lo que pasa es que el muchacho se levantaba a cada rato, y cada vez que lo hacía le daba un culazo a su silla, que salía disparada y chocaba contra la mía (estaba justo detrás de mí) y me hacía saltar del susto. Con esos «nómades» no se puede, arggg…
La Spectatrice: Ayyy, lectora-colega-amiga tenías que ser! Merci.
Sesión: Sí, eso, una fauna. Y creo que me quedé corta. Algún día haré un boceto de otros de los que me rodean.
Maggie: Idem. En lo que respecta a tu segunda observación me parece una teoría interesante. Es cierto que quienes nos movemos mucho por el mundo y en la vida tendemos a elegir en cada lugar donde estamos nuestros pequeños santuarios de la rutina, generalmente cafés, parques/plazas y bibliotecas.
Banyuken: No estoy segura, la verdad. Una amiga me contó que tiene una amiga que escribe guías de viajes en esta misma biblioteca. Y desde entonces la busco. La que se lleva todas las papeletas por el momento es la rubia, porque tiene aspecto de mochilera y una vez que me crucé por detrás vi que tenía abierto un mapa.
Saludos!
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Cuando yo estudiaba en la Universidad, recuerdo que no podía ir a estudiar a la Biblioteca porque me entretenía observando a la gente y montándome mi película. Tu texto me ha traído muchos recuerdos de mi época de estudiante. Ahora, por cuestión de tiempo ya no frecuento las bibliotecas pero siempre he pensado que son lugares mágicos.
Un post muy interesante, Laura.
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Por alguna razon nunca se me habia ocurrido ir a trabajar a una biblioteca. Siempre me usto ir a hacer investigacion pero mas que nada porque los libros estan ahi! pero ir solo a trabajar, sin necesitar de los libros de la biblioteca no se me habia ocurrido. Claro qe puede ser un buen lugar.. tranqi, silencioso, no molesta nadie… interesante
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Re lindo. Me encantó. Y lo del caminador no falla, en todas hay uno. Saludo 🙂
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Laura, yo siempre aparezco tarde a comentar tus entradas. Un par de cositas:
1.- estoy completamente de acuerdo con el comentario de Maggie. No me he movido demasiado por el mundo pero en las ciudades donde he pasado tiempo, uno de los recursos para sentirme integrada era precisamente frecuentar la misma biblioteca, hasta que me sentía en casa.
2.- tú que estás tan puesta en la conectividad… ¿cómo van de wifi las bibliotecas de Madrid?
bss
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leyendo este tan bien logrado comentario realmente me traslada a ese momento como si yo, Lamat, estuviera viendo a esos nomades y sedentarios personajes…, y te estoy viendo … todos los dias aparece una rubia tipo, italiana del norte, que se sienta siempre en la misma compu, y escribe, escribe y observa, y estoy casi segura es una novela de accion y amor!!!!!!!!!
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