Para confirmar una vez más mi teoría de los temas recurrentes, ayer a la tarde conocí a una mujer que trabaja en la biblioteca a la que me referí en el post anterior. Asombradas por la casualidad, pues estábamos en otro lugar muy distinto pero ambas habíamos pasado el día en el mismo sitio sin vernos, nos pusimos a charlar un rato. Me contó cosas muy interesantes que suceden en las tripas de este laberinto de libros y una anécdota muy graciosa que muestra lo que supuso para las personas mayores la irrupción de la tecnología en los espacios públicos y hasta dónde hay que afinar el lenguaje cuando se trata de comunicar:

Sucedió hace unos cuantos años, cuando se informatizó todo el catálogo de la biblioteca. Un día se presentó una señora que nunca antes había usado un ordenador. Un bibliotecario la sentó ante uno y comenzó a explicarle paso a paso cómo hacerlo y cómo funcionaba el sistema. En un momento se distrajo y cuando volvió la cabeza vio que la mujer estaba intentando escribir con un bolígrafo sobre la pantalla. Ella argumentó que había visto una casilla que decía: «Escriba el nombre de la obra» y eso es lo que estaba haciendo, literalmente. A partir de ese momento se cambió el verbo por «teclee».