Uno de los temas que más se discute últimamente en España -y ni que hablar durante esta campaña electoral- es el de la conciliación entre la vida laboral y la familiar. Por ahora no ha pasado de una declaración de intenciones, en el mejor de los casos, o de una hipocresía necesaria para quedar bien en el resto. Y es que decir que es fundamental instrumentar medidas para que tanto la mujer como el hombre trabajador puedan dedicar parte de su tiempo a su familia y tengan ayudas para gestionarla le viene bien tanto a uno como a otro bando y tal vez sea uno de los pocos asuntos del temario en los que hay coincidencia, aunque con motivos bien diferentes: preocuparse de la conciliación les da a unos un definitivo barniz de humanismo muy progre y a otros les sirve como el mejor estandarte de sus ideas católico-conservadoras.Susanita
Pero más allá de la retórica política está la vida real. La que vivimos cada día millones de profesionales de clase media que sabemos a ciencia cierta que hoy en día es imposible dedicarse a ambas cosas, formar una familia y tener un crecimiento profesional, con igual éxito. Seguimos teniendo que elegir, especialmente las mujeres por cuestiones biológicas (solo nosotras podemos por ahora parir y amamantar).
La gran mayoría de mis amigas con hijos ha tenido que reformular su plan profesional, eligiendo trabajos de menor carga horaria (y sueldo) o  que exigen menos responsabilidad y dedicación. Algunas han renunciado a ascensos y otras (y no hablo de «susanitas» que toda su vida desearon transformase en amas de casa exclusivamente, sino de chicas que simplemente querían tener un hijo) han dejado de trabajar, al menos -esperan- por unos años.
En España las guarderías públicas no alcanzan para todos los niños y calificar para conseguir una plaza equivale prácticamente a ser pobre; las privadas cuesta la mitad de un salario promedio y las niñeras tres cuartas partes. Obviamente, si hay familia cercana a la que recurrir se usa y abusa. Por otra parte, casi no hay oferta de empleos a media jornada o con jornada intensiva; se trabajan muchas horas y todavía en muchos sitios a horario partido, con lo cual quedan en medio un par de horas que no alcanzan para volver a casa y en cambio alargan aún más la ausencia del hogar (y las horas de guardería/niñera).
Es cierto que en los últimos años se han dado algunas ayudas económicas a las familias. En el caso de los cien euros por mes que cobra la madre trabajadora se plantea el caso de que es solo hasta que el niño o niña cumple tres años y de que si la mujer se queda en el paro (desempleada) no lo puede percibir, como tampoco transferir al padre de la criatura. Los 2.500 euros que otorga desde hace unos meses el Estado por nacimiento también ayudan, cómo no, pero yo sinceramente lo cambiaría por la garantía de una plaza en una guardería. Plaza que -y esto me parece el colmo- no se concede en el caso de que la mujer esté sin trabajo, ya que se asume que si no tiene empleo debe dedicarse a cuidar a sus hijos (en el caso del hombre que está en el paro no existe esta suposición). ¿Cómo encuentra entonces el tiempo para buscar trabajo? ¿Con quién deja a sus hijos cuando debe ir a una entrevista o prueba? ¿Y qué pasa con quien trabaja en casa, por ejemplo una escultora o escritora o artesana, pero aún no ha podido establecerse como autónoma? Muchas preguntas sin respuestas concretas, sólo caras de preocupación de los candidatos y promesas vanas. Ya sé, al menos se habla y acá estamos mejor que en otros países, pero aún así seguimos lejos de muchos de la región de similar nivel socioeconómico. Y por eso más del 60 por ciento de las españolas considera que la maternidad es un obstáculo para su carrera profesional y un 16 por ciento abandona para siempre su empleo después de tener hijos.